En la familia de mi bisabuela Natalia hubo tres generaciones de perros que se llamaban Ami.
La primera Ami (abreviatura del nombre amigo/a) vivió durante la ocupación alemana de Polonia en la Segunda Guerra Mundial. "Era una perra muy lista y muy querida". Una noche que no volvió a casa tras su paseo vespertino por el jardín, mi bisabuelo, poniendo en peligro su vida, salió a escondidas a buscarla y la encontró en casa de los vecinos.
La segunda y la tercera Ami simplemente existieron y el relato de sus historias no trascendió. La huella emocional que dejó la primera Ami en la familia fue tan profunda que nombraron igual a los siguientes dos perros para que su legado perdurara.
Pero, ¿qué pasa con la identidad de Ami II y Ami III?, ¿qué tipo de personas le ponen el nombre de sus seres queridos a otros seres?, con lo complicado que es ya de por sí trabajar en psicoanálisis la diferenciación..
Mi bisabuela Natalia con mi bisabuelo Ignacy, mi tia abuela Zosia y Ami en el jardín de su casa. Natalia I "era muy simpática y cariñosa, olía a brezo y siempre guardaba un pañuelo de tela en el escote".
Yo no.
Mi tío abuelo Janusz con Ami I o II en el bosque junto a su casa durante un paseo para recoger setas.
Mi abuela Lilka con Ami y con una amiga en el patio de su casa. Mi abuela se llamaba Maria pero cuando era pequeña le llamaban Marilka. Karol, su hermano pequeño, en vez de Marilka le llamaba Lilka y se quedó con ese nombre.
Mi madre Ania con Ami II o III. Mi abuela llamó Ania a mi madre por una amiga suya que murió durante un campamento de vela. El barco volcó en el mar durante una tormenta y Ania I no pudo llegar a la orilla.
Esta semana, trabajando en mi proyecto, creé una nueva carpeta en el escritorio del ordenador con el nombre de Linus. Linus fue el segundo perro con el que conviví. Todavía no había buscado y reunido sus fotos. Me dolía hacerlo.
Mi exnovia Pepa y yo adoptamos a Linus en el año 2014. Nos separamos dos años después y decidimos que se quedara a vivir con ella en la casa que tenía en la playa.
Linus había sido abandonado en el garaje de una casa. Su antiguo “dueño” había muerto y el resto de la familia decidió darlo en adopción.
El día que fuimos a por él, nada más abrir la puerta del garaje, cogió con la boca la mantita sobre la que estaba recostado y se subió corriendo al coche. Le llamamos Linus por el personaje de Snoopy.
Ayer me llamó Pepa. Hacía mucho tiempo que no hablábamos. Me dijo que Linus había muerto.
Murió el mismo día en el que yo, aún sin saberlo, había empezado a reunir sus fotos.
Linus y yo en la escuela de vela cerca de donde vivíamos en el sur de España.
Mi abuela navegando en el norte de Polonia.
Mi abuela, mi madre y yo aprendimos a navegar. Cada una en una época y en un lugar diferente.
Repetición
Pulsión de repetición
Pulsión de repetición
Diferenciación
Distancia
Proximidad
Conexión
Vínculo
Separación
Pérdida
Búsqueda
Proyección
Reconstrucción
Restitución
Recolección
Espacio
Tiempo
Continuidad
Transformación
Consciente
Inconsciente
Recuerdo
Relato
Huella
Hogar
Nombre
Mi madre recogiendo setas y arándanos en el bosque, en Mazury, Polonia.
Mi padre, “Tino”, se llama Valentín.
Valentín también fue mi abuelo y mi tatarabuelo.
A los hombres que no llamaron Valentín les pusieron nombres de mujer.
Como mi bisabuelo Rosario y mi tío abuelo Asunción.
Les llamaron así para que no les reclutaran en el servicio militar obligatorio.
De esta manera, podían quedarse como mano de obra para la familia en el campo.
Mi padre en el jardín de la casa de mis abuelos paternos en Luciana, un pueblo de La Mancha, en España.
Mi padre haciendo piragüismo en el río que pasa cerca de la casa del pueblo.
Mis padres se conocieron en un curso de idiomas en Urbino, Italia.
Mi padre español y mi madre polaca, al principio de su relación, hablaban entre ellos en italiano.
Luego, mi madre, al ir a vivir a España aprendió también español.
Entre ellos se llaman "kicia", pronunciado kicha.
"Kicia" significa gatito/a en polaco.
En la casa del pueblo de mis abuelos paternos, donde viven ahora mis padres, hay una colonia de gatos.
Cuando mis padres fueron a vivir ahí, había algunos gatos que venían al jardín y mi madre empezó a alimentarlos.
A lo largo de los años, hasta que empezamos a esterilizarlos, tuvimos muchísimos gatos a los que pusimos nombres muy diferentes.
La primera camada de gatitos que nació en el jardín tenía nombres de setas:
Se llamaban Lepiota, Boleto y Trompeta de la muerte.
Lepiota aprendió a abrir las puertas y ventanas de la casa y solíamos encontrarla dentro de la cocina sirviéndose ella misma la comida.
Boleto y Trompeta desaparecieron un verano durante la época de celo.
Varios años después, Boleto, magullado y visiblemente enfermo, volvió a morir a nuestra casa.
"Tiny", registrada en su cartilla veterinaria como Valentina, vive ahora conmigo en Asturias.
Es nieta de Ameba e hija de Furia. Su madre y su abuela siguen viviendo en la colonia de la casa de mis padres.
Primer viaje a Polonia de mi padre para conocer a la familia de mi madre. Durante este viaje, mis padres se encontraron con muchos fotógrafos en las zonas turísticas que ofrecían retratos con sus modelos perrunos.
Me pregunto, ¿cuántas fotos habrá en otros álbumes familiares con los mismos perros ?, ¿y esos fotógrafos?, ¿se habrán retratado también con sus animales?
Adopté a Merlín cuando tenía 3 años y vivió conmigo 15 años más en muchas casas diferentes. Fue un gato muy viajero y muy querido.
Todavía guardo en una cajita un diente y un bigote suyo.
Y siempre llevo un mechón de su pelo en mi cartera.
Merlín también fue el nombre del gato de mi mejor amiga, Clara.
Nuestros Merlines tenían edades similares y murieron en años consecutivos.
Mi Merlín murió después de la pandemia de Covid-19. Nos hicimos estos autorretratos unos meses antes, durante el confinamiento.
Mi abuelo materno, Henryk, tenía 16 años cuando se unió a los partisanos para luchar contra los nazis.
Durante el Levantamiento de Varsovia, en 1944, le hirieron y mientras era evacuado con otros heridos en un carro, un avión les ametralló desde el aire y cayó inconsciente a la cuneta.
Cuando despertó, solo y de noche, consiguió llegar andando a un hospital de campaña para que le curaran.
Cuenta mi madre que, durante toda su vida, esa herida de metralla a lo largo de su brazo izquierdo estuvo supurando trozos de la chaqueta que llevaba puesta ese día.
Mi abuelo murió un año antes de que naciera mi hermano, que es un año y medio mayor que yo.
Mi hermano "Kike", se llama Juan Enrique.
Enrique por mi abuelo y Juan por el mejor amigo de mi padre.
Juan con mi hermano Kike. Juan era controlador aéreo y el padrino
de mi hermano.
Mi hermano Kike saludando al perro de los vecinos
durante un paseo cerca de nuestra antigua casa de Madrid.
Kike y Natalia. Mi hermano y yo.
Durante mucho tiempo yo iba pegada a ese peluche de Scooby-Doo.
A mi hermano también.
Los dos sabemos mover las orejas.
Y nos agarramos el pulgar con el resto de la mano cuando nos concentramos.
Al llegar a España, a mi madre le sorprendió mucho que hubiera tan pocos perros.
Unos años después, leyó un artículo en el que le preguntaban a diferentes niños y niñas qué salvarían de su casa si ésta se incendiaba.
La mayoría respondía que sus consolas, sus ordenadores o sus juguetes. Mi madre y mi abuela, que durante su infancia habían pasado tanto tiempo en contacto con la naturaleza y con sus “Amis”, decidieron que sería bueno para mi hermano y para mí poder convivir con un perro.
En uno de sus viajes a Polonia, mi abuela trató de encontrar una Ami, pero se habían acabado..
En su lugar, trajo a Micho. Micho era un perro de una raza similar a las Amis pero mucho más grande y más negro ("misio" en polaco significa osito).
Poco tiempo después, en el jardín de la casa de mis abuelos paternos, apareció una gatita dentro de una tinaja de barro. Pensamos que a su madre gata se le cayó mientras la transportaba y luego no pudo sacarla.
La adoptamos y también vino a vivir a nuestro piso de Madrid. Era tan salvaje y nos arañaba tanto que la llamamos “Uñas”.
En el momento de estas fotos, yo ya tenía claro que si se incendiaba la casa lo primero que salvaría sería a Micho y a Uñas.
Escribiendo el currículum - Poema de Wislawa Szymborska
¿Qué hay que hacer?
Presentar una instancia
y adjuntar el currículum.
Sea cual fuere el tiempo de una vida
el currículum debe ser breve.
Se ruega ser conciso y seleccionar los datos,
convertir paisajes en direcciones
y recuerdos confusos en fechas concretas.
De todos los amores basta con el conyugal,
los hijos: sólo los nacidos.
Importa quién te conoce, no a quiénes conozcas.
Viajes, sólo al extranjero.
Militancia en qué, pero no por qué.
Condecoraciones sin mencionar a qué méritos.
Escribe como si jamás hubieras dialogado contigo mismo
y hubieras impuesto entre tú y tú la debida distancia.
Deja en blanco perros, gatos y pájaros,
bagatelas cargadas de recuerdos, amigos y sueños.
Importa el precio, no el valor.
Interesa el título, no el contenido.
El número del calzado, no hacia dónde va
quien se supone que eres.
Adjuntar una fotografía con la oreja visible:
lo que cuenta es su forma, no lo que oye.
¿Qué oye?
El fragor de las trituradoras de papel.
UNA PARTE DE LA HISTORIA. CAPÍTULO I. NOMBRES, REPETICIONES, REPETICIONES DE NOMBRES Y ANIMALES
UNA PARTE DE LA HISTORIA. CAPÍTULO II. BABCIA
UNA PARTE DE LA HISTORIA. CAPÍTULO III. INFANCIAS ENMARCADAS
Al llegar el final del curso, el colegio al que asistíamos mi hermano y yo organizaba una gran fiesta.
Representábamos bailes, obras de teatro, exhibiciones de gimnasia o cantábamos canciones que previamente ensayábamos toda la clase durante meses.
En una ocasión, el colegio decidió organizar una tómbola como parte de la fiesta.
A alguien le pareció buena idea incluir en la rifa dos corderos y, por supuesto, nos tocaron a nosotres.
Tuvimos que llevar a los dos corderos, a los que todavía había que dar el biberón, a nuestro piso de Madrid.
Durante una semana convivieron también con Micho y con Uñas, corriendo y persiguiéndose por el pasillo de la casa.
Después, los llevamos a la casa del pueblo donde había un terreno grande junto al jardín.
Vivieron allí un tiempo con nosotres durante las vacaciones y les cogimos mucho cariño.
Un día, mi madre y mi padre nos explicaron a mi hermano y a mí que iban a dar a los corderos a un pastor del pueblo. Que con él estarían mucho mejor y podrían estar con otros corderos.
Como agradecimiento por darle los corderos, este pastor nos preparó una "caldereta". Un guiso de verduras y carne de cordero.
Después, misteriosamente, también aparecieron en casa unas nuevas alfombras de lana blanca.
Babcia significa abuela en polaco.
A Babcia le gustaba mucho leer, leía muchísimo y también escribía.
Escribía cartas a la familia que estaba en Polonia y también a sus amistades.
Unos años antes de su muerte, decidió escribir un diario sobre la historia familiar.
Quería que mi hermano y yo pudiéramos leer en algún momento estos escritos. Conocer más detalles sobre nuestra familia polaca.
Escribió muchas páginas de un cuaderno, pero no pudo terminar la historia.
Babcia murió con 67 años. Yo tenía 11.
Babcia cuidaba de mi hermano y de mí cuando mi madre y mi padre trabajaban. Trabajaban muchas horas fuera de casa y ella fue nuestra cuidadora principal. Era una mujer muy tranquila y racional. Grande, con una gran presencia.
Representaba esa seguridad que buscamos en la infancia.
Adoraba sus silencios. Saber que estaba ahí. Sentada en el sillón leyendo o cosiendo. Con Micho entre sus piernas buscando la misma seguridad.
Babcia enfermó de cáncer de pulmón y murió muy rápido.
Recuerdo el día que murió. Como mis padres tardaban mucho en volver del hospital, Kike y yo decidimos sacar a pasear a Micho. Nos dejamos las llaves dentro de casa y tuvimos que esperarles en la calle. Nos preocupaba que se enfadaran y nos regañaran por dejarnos las llaves y salir sin permiso. Al llegar, su expresión era muy diferente a la del enfado.
Unos meses después de la muerte de Babcia, a mí me diagnosticaron una enfermedad autoinmune de la sangre. Mi cuerpo, en concreto mi bazo, estaba matando a todas las plaquetas de mi sangre.
Pasé casi un año entrando y saliendo del hospital con pruebas y tratamientos que no daban resultado. Finalmente me extirparon el bazo.
La muerte de Babcia me dejó un poco "indefensa".
CARTA A BABCIA
Kochana Babciu,
Cuarenta años después de que nos hicieran esta foto me sorprendo haciendo lo mismo que tú.
Ahora soy yo la que está escribiendo una parte de la historia familiar. Escribo en el ordenador, no es tan bonito, pero sigo escribiendo mucho a mano también.
Escribo con las dos manos. En la mano izquierda sostengo un cigarro que, de vez en cuando, cambio a la derecha para que no le llegue el humo a Tiny. Tiny es mi gata. Está sentada sobre mis rodillas como lo estaba yo entonces sobre las tuyas en esta foto y en muchas más.
Supongo que tú también estabas evitando que me llegara el humo porque estás escribiendo con la mano izquierda y eres diestra.
Cuando pienso en ti, desde que murió Micho también, os imagino siempre a los dos juntos. ¿Qué tal estáis por ahí?
Muchas veces recuerdo también tu habitación del piso de Madrid.
Esa habitación oscura que daba a un patio interior y con la cama pegada a la pared.
Tu cama individual de noventa centímetros, en la que apenas cabías.
Y Kike y yo, levantándonos a mitad de la noche, cuando no podíamos dormir, para ir a dormir contigo. Todavía no sé cómo cabíamos los tres.
Es curioso porque pensando en esto me di cuenta de que ahora sigo prefiriendo dormir con la cama pegada a la pared.
El otro día, hablando por teléfono con Kike, le pregunté si él se acordaba de tu habitación. Él tiene mucha mejor memoria que yo y me recordó algo maravilloso en lo que hasta ahora no había pensado:
La persiana que había en la ventana de tu habitación tenía un pequeño agujero en el centro. La persiana muchas veces estaba bajada durante el día porque en frente había un instituto de educación secundaria donde estaban dando clase.
La habitación entonces, con ese pequeño agujero por el que entraba la luz, funcionaba como una cámara oscura y proyectaba en la pared la imagen invertida del patio.
Era algo realmente asombroso, sobre todo a nuestra edad, y lo mirábamos fascinados.
No empecé a interesarme por la fotografía hasta muchos años después, pero, ¿será éste el origen de ese interés?.
Te quiero mucho,
nat
Marco:
La palabra marca (signo o timbre que se pone a algo para identificarlo o identificar su dueño) viene del bajo latín marca y esta del alemán "mark", que designa los bordes de un territorio.
De ahí también las palabras marco, marcar, marcador, demarcar o enmarcar.
Enmarcar:
Poner (algo o a alguien) dentro de un marco (cerco de protección y adorno).
Correr el riesgo de la infancia - Anne Dufourmantelle - Elogio del Riesgo
"Correr el riesgo de la infancia es no olvidar nunca que fuimos niños. Esta observación parece tan simple... Le damos la espalda a nuestra infancia, la recordamos para enterrarla mejor en un pasado caduco. Volver a ella es ingresar en el mundo de la decepción, pero también del asombro que sólo existe allí". "La infancia es la única experiencia metafísica que todos hemos tenido, con la sensación de que nuestra vida se volteaba de golpe".
"Podrá ser una caída de la bicicleta, un viaje aplazado unos días, una promesa no cumplida de un cuento en la noche; no es la importancia del acontecimiento que marca de manera esencial la infancia sino la caída repentina, vertiginosa, fuera del mundo seguro. Una falla revelando bruscamente, en el paisaje desconocido, una línea de horizonte puesta al desnudo. Y es allí, es ese lugar literalmente impensable que el niño va a "ver" durante unos segundos o unas horas. Será dejado solo con ese desvanecimiento del amparo. Tal experiencia, si es verdadera, si no es desmentida, negada, borrada, disfrazada, es fundadora. Es otro mundo que aparece en el reverso del mundo, que estaba escondido allí en su espesor mismo, su dulzura, su envoltura protectora. ¿Quién habría podido creer que el genio saldría de la botella justo en el lugar donde uno llora?. La bici está en el suelo, cuesta trabajo levantarse, uno se vuelve a marchar; aparentemente no ha pasado nada y de repente uno se lanza, libre, sin las rueditas de apoyo. Es embriagador."
"Eso de arriesgarse a la infancia no existe, quiero decir que ella es quien se arriesga en ti. La pregunta es: ¿Se podrá darle la bienvenida?"
"La infancia es apasionada. Sin posibilidad de regreso hacia refugios que se construyeron para ella, es un riesgo siempre por venir".
Mi abuela, babcia Lilka
Mi abuelo Henryk
Mi bisabuela Natalia
Mi madre, Ania
Iwona, amiga de mi madre, y su gato.
Mi amiga Clara y yo llamamos al gato Merlín antiguo.
Mi hermano Kike y yo
UNA PARTE DE LA HISTORIA. CAPÍTULO IV. EL SENTIDO DEL ASOMBRO
Parece que el olfato es el sentido más vinculado a la memoria y el olor a bosque me conecta directamente con mis recuerdos de infancia.
Recuerdos en los bosques de Polonia, recolectando setas, mientras veíamos erizos y babosas. Y en el pueblo, en Luciana, saliendo a coger espárragos y encontrando nutrias y garzas cerca del río.
Cuando salíamos de paseo con mi familia, observábamos todo con muchísimo interés, como si estuviésemos en un museo. Nuestros padres nos explicaban curiosidades y nos decían el nombre de muchas de las especies con las que nos topábamos. Enseguida nos desperdigábamos porque queríamos mirar con mayor detenimiento un insecto, o nos salíamos del camino a ver si veíamos al ave que acabábamos de escuchar.
Nuestro perro Micho corría hacia delante y hacia atrás durante todo el trayecto tratando de reunir de nuevo a toda la familia.
Desde muy pequeños, a mi hermano y a mí, nos enseñaron a recoger las setas con una cesta que permitiera que cayeran las esporas.
También nos regalaron una enciclopedia de animales ilustrada que leíamos y releíamos frecuentemente cuando estábamos en casa.
Recuerdo especialmente la imagen del “tiburón ballena” con sus puntitos blancos sobre la piel, perfectamente enmarcados entre líneas horizontales y verticales, como piezas de dominó. Estaba dibujado junto a un barco. El pez era enorme y el barco muy pequeño.
Me sorprendió mucho su gran tamaño y que se alimentara solo de plancton. (Antes de volver a encontrar esta imagen, en mi recuerdo el barco era un barco de vela)
También recuerdo que en el jardín de la casa de mi pueblo había una mimosa muy grande que se llenaba de pequeñas bolitas amarillas cuando florecía. Al cabo de unos años, me sorprendió escuchar que fuera un sólo insecto el que se comiera un tronco tan grande por dentro y acabara matándola.
Me interesaban por igual los seres vivos más grandes y los más pequeños. Entendía la fortaleza y la fragilidad que hay en cada una de las especies, independientemente de su tamaño. La conexión e interdependencia entre todas ellas.
El sentido del asombro - Rachel Carson
“¿Cuál es el valor de conservar y fortalecer este sentido de sobrecogimiento y de asombro, este reconocer algo más allá de las fronteras de la existencia humana?, ¿es explorar la naturaleza sólo una manera agradable de pasar las horas doradas de la niñez o hay algo más profundo?
Yo estoy segura de que hay algo más profundo, algo que perdura y tiene significado. Aquellos que moran, tanto científicos como profanos, entre las bellezas y misterios de la tierra nunca están solos o hastiados de la vida. Cualesquiera que sean las contrariedades o preocupaciones de sus vidas, sus pensamientos pueden encontrar el camino que lleve a la alegría interior y a un renovado entusiasmo por vivir. Aquellos que contemplan la belleza de la tierra encuentran reservas de fuerza que durarán hasta que la vida termine. Hay una belleza tan simbólica como real en la migración de las aves, en el flujo y reflujo de la marea, en los repliegues de la yema preparada para la primavera. Hay algo infinitamente reparador en los reiterados estribillos de la naturaleza, la garantía de que el amanecer viene tras la noche, y la primavera tras el invierno.”
UNA PARTE DE LA HISTORIA. CAPÍTULO V. LUCIANA
He salido a dar un paseo junto al río que hay cerca de mi casa aquí en Asturias.
Es una senda asfaltada donde muchas personas salen a montar en bici o a correr.
Yo no llevo ropa de deporte y voy andando casi siempre por fuera de la senda.
Voy buscando moras, me pincho con las zarzas para alcanzar las más apetitosas, se me enganchan a la camiseta.
¿Me pregunto si el color morado es el de dentro o el de fuera de las moras?
Me agacho junto a los helechos para observar a los escarabajos. ¡Hay tantas especies diferentes!
A veces, veo a alguno que ha quedado boca arriba y le ayudo a darse la vuelta.
Si veo alguna lagartija, intento alejarme despacio para que no se asuste y no se desprenda de su cola.
Me quedo mucho tiempo parada escuchando y observando. Admirando y pensando en la relación que se establece entre cada uno de estos seres. Las que vemos y las que no. La nuestra también.
En algunos tramos de la senda las raíces de los árboles han levantado el asfalto y eso me gusta.
La casa de mi pueblo es una casa en continua transformación.
Mis padres comenzaron a construirla hace más de treinta años y desde entonces nunca ha parado de crecer o cambiar.
Cada vez que voy de visita hay algo diferente: una nueva habitación, un nuevo baño, una nueva distribución de las estancias.
Mi padre es arquitecto, mi madre química. Les gusta jugar con los materiales, combinar elementos.
Es una casa de dos plantas, muy grande, pero el espacio construido es mucho menor que el que corresponde al jardín.
El interior conserva todos los recuerdos de nuestras historias, nuestro pasado. Pero es una casa que mira sobre todo al exterior, muy presente, muy viva. Donde la mayor parte de la actividad transcurre fuera. En el cuidado diario de las plantas y de los animales que ahí habitan.
UNA PARTE DE LA HISTORIA. CAPÍTULO VII. LA SOMBRA DE TU PERRO
Mi madre enmarcó estas fotos y actualmente están en la pared de su habitación.
Ese cerco protector que seguramente deseaba también para mi infancia no evitó que me cayera infinitas veces de la bici.
Salía sola o con otros niños y niñas a montar en bici y a descubrir los diferentes caminos que transcurrían cerca del río o de las montañas que rodeaban el pueblo.
Me gustaba coger mucha velocidad cuando había una cuesta hacia abajo. Al frenar, como el camino era de arena, derrapaba y muchas veces me caía.
Al llegar a casa, con las rodillas y los codos ensangrentados, iba corriendo a curarme al baño. Entraba por la planta de arriba e intentaba no hacer mucho ruido para que mi madre no me escuchara.
Me echaba agua oxigenada, miraba cómo las burbujas se mezclaban con la sangre, me limpiaba, e intentaba encontrar una tirita lo suficientemente grande para tapar la herida y que no se me pegara a la ropa.
Entonces, aún dentro del baño, escuchaba la voz de mi madre preguntando desde el piso de abajo “¿estás bien?”
Yo, por supuesto, respondía que sí, pero tarde o temprano siempre descubría la nueva costra o cicatriz que tenía.
Además de su protección y preocupación constantes, fue mi madre también la que me inculcó el amor por la naturaleza y el deseo por descubrir y explorar el mundo.
UNA PARTE DE LA HISTORIA. CAPÍTULO Vi. GEMA Y LISA
Algunos meses después de comenzar este proyecto soñé que estaba durmiendo abrazada a un perro muy grande y negro. Pensé que sería Linus.
Al despertar (de ambos sueños), sin saber porqué, me acordé de un libro que leí hace más de diez años titulado “La sombra de tu perro” de Jean Allouch.
No recordaba ni una sola palabra de este libro, ni lo tenía conmigo, ni había vuelto a pensar en él.
Sentía mucha curiosidad, así que lo busqué en internet y pude volver a leerlo por encima.
Para mi sorpresa, encontré el siguiente texto:
“Hay muchos perros en las lujosas fotos reproducidas en la obra de Diana Voigt e Inés Rieder: catorce exactamente. ¿Tantos como tuvieron los Freud?
Hubo un pastor alemán regalado por su padre a Anna Wolf; Lün, regalo de Dorothy Burtlingham a Sigmund Freud, una pequinesa que fue buscada durante tres días luego de que Eva Rosenfeld la dejara escapar en la estación de Salzburgo y que encontraron atropellada, acerca de la cual Anna Freud escribió: “Tomamos a la pequeña Lün tan en serio en la muerte como en la vida”.
Pero para nosotros resulta aún más extraña la práctica en la casa Freud de ponerle un mismo nombre (Lün, en especial) a otro (¿a varios?) pequinés por venir. ¿En qué se convierte la problemática freudiana denominada del objeto sustitutivo desde el momento en que varios cuerpos vivos, mortales, se hallan subsumidos bajo un mismo nombre? ¿En qué se convierte el duelo freudiano teniendo en cuenta semejante práctica?”
Gema y yo nos conocimos en Madrid a finales de 2019, justo antes de la pandemia. Lisa es su gata.
Las dos convivieron con Merlín y después con Tiny.
Gema graba sonidos, yo hago fotos. Las dos amamos la naturaleza y decidimos dejar la ciudad para vivir en un entorno más rural. Nos mudamos a Asturias hace casi tres años.
En la familia de Gema no se repite su nombre, tampoco el de Lisa.
Son únicas.
UNA PARTE DE LA HISTORIA. AFLUENTE III. MIRAR
Hice mi primer viaje sola a Polonia justo después de terminar la carrera de Psicología.
Durante seis meses trabajé como psicóloga voluntaria en la Organización de Ciegos de Varsovia.
Mi compañero de voluntariado, Ahmed, venía de Turquía y había perdido la vista a los tres años. Me contó que todavía recordaba el color rojo de un cochecito con el que jugaba cuando era pequeño.
Llegamos a Varsovia en enero y, a pesar del frío y de la nieve, nos gustaba volver paseando desde el trabajo hasta la residencia donde nos alojábamos. Andábamos cogidos del brazo para evitar caernos al resbalar sobre la nieve. Aún así, muchas veces nos caíamos o nos tirábamos a propósito en los montones de nieve más blanditos y nos parecía muy divertido.
Nos acostumbramos a andar cogidos del brazo, nos gustaba ese contacto y después del invierno seguimos haciéndolo.
En nuestros paseos, pasábamos junto al Parque de Lazienki donde solían exponer fotografías de gran formato que él me pedía que le describiera. Le leía aquellas imágenes desde la esquina superior izquierda hasta la inferior derecha prestando muchísima atención a cada detalle. Trataba de describirle las formas, los colores, las texturas y también las sensaciones que me transmitían de la manera más completa posible. Quería que pudiera formarse una imagen lo más parecida posible a lo que yo veía e intentaba escoger las palabras más adecuadas. Utilizaba metáforas y buscaba similitudes con otros elementos conocidos por él.
Durante seis meses yo fui su “guía” pero fue él quien me enseñó a mirar.
Entre la selección de objetos que puse en mi maleta y que me acompañaron en este viaje estaba el libro “Mirar” de John Berger.
En uno de los ensayos que aparecen en este libro, llamado“¿Por qué miramos a los animales?”, Berger escribe:
“El zoo sólo puede desilusionar. El fin público de los zoos es ofrecer a los visitantes la oportunidad de mirar a los animales. No obstante, la mirada del intruso no se encontrará con la de animal alguno en todo el zoo. Como máximo, los ojos del animal vacilan y luego pasan de largo. Miran de lado. Miran sin ver más allá de los barrotes. Escudriñan mecánicamente. Están inmunizados contra el encuentro porque ya nada puede ocupar un lugar central en su interés.
Aquí reside la consecuencia última de su marginación. Aquella mirada entre el hombre y el animal, que probablemente desempeñó un papel fundamental en el desarrollo de la sociedad humana y con la que, en cualquier caso, habían vivido todos los hombres hasta hace menos de un siglo, esa mirada se ha extinguido. El visitante que acude al zoo sin compañía está completamente solo cuando mira a todos y cada uno de los animales.”
Nunca me gustaron los zoos porque me gustan mucho los animales. Este texto de Berger logró poner en palabras la sensación que yo había tenido años atrás visitando algún zoo. A pesar de la tristeza y el terror que me generaba pensar en lo que me podía encontrar, decidí visitar el zoo de Varsovia. Me propuse hacer una serie de fotos sobre este tema a modo de investigación y denuncia.
Fui un día entre semana que estaba nevando. Apenas me crucé con otros visitantes. Tampoco con la mirada de otros animales. Lloré. Pensé en Nietzsche abrazando al caballo.
Hacía mucho frío y muchos animales ni siquiera salían a la parte exterior de sus recintos cerrados. Casi al final de mi recorrido llegué a la zona de los grandes felinos. No había animales. Era un espacio bastante grande, cubierto de nieve y con varias filas de abedules al fondo que lo hacían parecer un decorado. Un gran foso semicircular lo separaba de los visitantes.
Hice fotos de este espacio “vacío”. Estaba sola. Con un gran silencio a mi alrededor.
De pronto, sobre ese manto blanco, aparecieron cuatro figuras de un color naranja intenso. Era una familia de leones. Un león, una leona y dos cachorros.
Ninguno me miró, pero se colocaron estratégicamente como si posaran para un retrato familiar.
La fotografía que les hice cuelga junto con otras fotografías familiares en la casa de mis padres.
UNA PARTE DE LA HISTORIA. AFLUENTE IV. SONIDOS
Sin duda, el lugar donde he podido ver y escuchar a más animales en libertad es en Costa Rica.
La biodiversidad que existe concentrada en este pequeño país es impresionante. Además, el clima, el paisaje, los colores, son muy diferentes a los que existen en España.
Solo en la región de Tortuguero existen tres especies diferentes de monos y más de cuatrocientas especies de aves. La primera noche que pasé ahí sentí algo parecido al Síndrome de Stendhal.
Mi viaje comenzaba visitando el Parque Nacional de Tortuguero. Nos alojábamos en unas pequeñas cabañas junto al Parque. Llegamos al atardecer y apenas nos dio tiempo a dejar las maletas y cenar algo antes de que se hiciera de noche. Había muchísima humedad y la vegetación era exuberante. De camino al alojamiento no pude ver ningún animal porque ya estaba bastante oscuro.
El coticinio es la hora de la noche en que todo está en silencio. Hubo un breve momento en que dejaron de escucharse las voces y los sonidos que hacían otras personas. Yo ya estaba en la cama, cansada del viaje. Entonces, todo ese silencio se transformó de golpe en una sinfonía de sonidos de la naturaleza que nunca había escuchado antes. Muchas de esas especies de animales que no conocía todavía empezaron su actividad nocturna. Escuchaba gritos y aullidos de monos, saltos sobre los árboles y sobre el techo de la cabaña. Sonidos de aves en diferentes tonos y melodías comunicándose entre ellos.
Dejé de tener sueño. Se me aceleró el pulso y sólo quería que amaneciera ya para poder ver y fotografiar a todos esos animales. A las cuatro de la mañana ya estaba vestida para ir a ver amanecer. No recuerdo bien si dormí algo esa noche, pero seguro que es el viaje en el que menos horas he dormido y más he disfrutado.
Vi perezosos de dos y de tres dedos, monos, iguanas, basiliscos corriendo sobre el agua, cocodrilos, caimanes, una ballena jorobada saltando con su cría, muchísimas aves y ranas de colores brillantes.
También vi grandes cangrejos azules de tierra mientras paseaba por esos bosques tropicales. No me lo esperaba. En España los cangrejos más comunes son de río o de mar, pequeños y de color rojizo o marrón.
UNA PARTE DE LA HISTORIA. AFLUENTE VI. EL CUETU
El Cuetu es el nombre del pueblo donde Gema, Lisa, Tiny y yo vivimos durante los últimos dos años. Cueto (cuetu en asturiano) significa cerro. Un cerro es una elevación de tierra aislada y de menor altura que el monte o la montaña.
La casa era de piedra y de madera. De dos pisos y con unos grandes ventanales con vistas a las montañas. La palabra ventana viene del latin ventus que significa viento.
En las zonas elevadas la velocidad del viento es mayor y a mi me encantaba contemplar y sentir su efecto desde la ventana. Podía pasar horas mirando a las nubes subiendo y bajando por las montañas. También, cómo cambiaban de color con la luz. En los árboles más altos que había al fondo se podía ver el viento antes de que llegara. Sus copas se inclinaban y empezaban a agitarse sus hojas. El sonido también llegaba antes que el propio viento.
Y el viento muchas veces traía el olor a tierra mojada antes de que llegara la lluvia.
El Cuetu está situado entre los Picos de Europa y el Mar Cantábrico. A veces el aire también olía a mar. El Mar Cantábrico es un mar agitado, con fuerte oleaje. No es tan propicio para hacer vela pero da gusto ver su potencia, sus enormes olas rompiendo contra los acantilados.
El viento también ayuda a la dispersión de las semillas de numerosas plantas y árboles. Al salir de casa, me encantaba encontrarlas repartidas por el suelo. Estas semillas voladoras tienen formas de alas giratorias, espirales o pelos plumosos.
Justo delante de la casa, de una grieta que había en el asfalto, creció durante dos años consecutivos el mismo pensamiento.
UNA PARTE DE LA HISTORIA. AFLUENTE V. NOCHES DE VERANO
UNA PARTE DE LA HISTORIA. AFLUENTE II. CASPER
UNA PARTE DE LA HISTORIA. AFLUENTE I. EL VIENTO
El verano en la casa de mis padres es tremendamente caluroso. Cuarenta grados de media durante los meses de julio y agosto. Las noches son el mejor momento para salir fuera. Junto a la piscina de la casa hay un porche desde donde poder contemplar las estrellas. Además, en esta época del año se pueden ver muchas estrellas fugaces.
Por la noche, también vienen muchos murciélagos a beber agua de la piscina. Beben agua y cazan con las patas pequeños insectos que se encuentran en la superficie.
El porche tiene varias columnas de ladrillo. Hace unos años teníamos colgado de una de ellas un termómetro. Era un termómetro que iba montado sobre una estructura de plástico blanco en forma de caparazón, bastante ligera y con publicidad de una óptica llamada “La gafita de oro”.
Muchas noches, veíamos a un murciélago levantar con sus patitas esta estructura y meterse bajo el termómetro a dormir.
El lugar donde alimentar a la colonia de gatos ha ido cambiando con los años. El número de gatos y sus nombres también.
Al principio, mi madre les daba de comer dentro de casa. En la cocina que está junto al jardín. La puerta de la cocina es acristalada y se podía ver a varios de ellos haciendo guardia. En el momento de abrir la puerta entraban en tropel abalanzándose sobre los comederos. Pero había un gato que tenía otros intereses.
Casper, el gato narcoléptico, comía un poco pero rápidamente se escabullía y se iba al salón o a alguna de las habitaciones.
Normalmente, después de comer y al abrir la puerta de nuevo, la mayoría de los gatos salía. Casper no. Había que ir a buscarlo.
Casi siempre estaba profundamente dormido sobre alguna manta. Él mismo parecía una manta o una toalla de hotel. Era un gato grande, totalmente blanco, de pelo corto, suave, con los ojos azules y bizcos.
Aunque lo cogiéramos en brazos no se despertaba. Era como un peso muerto. Como nos daba pena lo dejábamos dormir ahí. A veces durante muchas horas. Luego era él quien pedía salir.
Aprendí a navegar en el Mar Menor. El Mar Menor es una albufera del Mar Mediterráneo, situada en la región de Murcia. Es un mar muy tranquilo con muy poco oleaje.
Pepa era monitora en una escuela de vela ligera. La escuela era un lugar precioso. Una simple estructura de tablones de madera con una caseta, montados sobre vigas de madera sobre el mar y comunicada con la orilla a través de una pasarela. Muchas veces cenábamos ahí. Era espectacular poder ver las estrellas y la oscuridad del cielo confundiéndose con la del mar.
Aprendí a navegar en pequeños barcos y a hacer windsurf. Pero antes de eso tuve que estudiar el viento. Descubrí todo un vocabulario nuevo. Nombres de vientos, nombres de rumbos, nombres de barcos y nombres de cada una de sus partes. Fue como aprender otro idioma.
Entendí que la dirección del viento cambia constantemente. A veces de manera brusca. Que la intensidad del viento también varía. Que no se puede navegar en contra del viento, pero se puede zigzaguear. Que cuando no hay viento tampoco se puede navegar, hay que esperar.